Hace muchos años trabajé en la cadena de montaje de SANTANA Motor (allí se fabricaban los Land Rovers y, tiempo después, los todoterreno de Suzuki). Y, muchas veces, no puedo evitar pensar que los colegios de hoy se parecen demasiado a aquella fábrica. Y no me refiero al aprendizaje mecánico, homogéneo y machacón que se mete a presión hoy en día (de eso hablaré otro día), sino a la distribución de los estudiantes y las características de los habitáculos y edificios donde se asientan la mayoría de los colegios.
Os propongo un reto… poned en vuestra mente las imágenes que os sugieran mis palabras a partir de ahora:
Soy un niño, o una niña de diez años. Me acabo de mudar de ciudad y, por eso mismo, he cambiado de colegio. Aún recuerdo el edificio de cemento gris, rodeado de vallas de hierro como si fuera una carcel. En la clase, estábamos apiñados, éramos veintisiete. Las mesas eran desproporcionadas y dentro del aula mis compañeros y yo parecíamos sardinas en lata. Pupitres colocados en línea, un calor asfixiante más de la mitad del año, con la pizarra digital rota, sin biblioteca de aula…
En mitad de mi recuerdo, mi madre me dice algo. Al principio no la entiendo, luego no me la creo.
-Ya hemos llegado al colegio -me dice señalando un lugar imposible.
Miro alternativamente el dedo de mi madre y el lugar que señala. No puede ser.
-Sí, Pedro -me dice sonriente-. Éste es tu nuevo cole.
Lo primero que me llama la atención es la entrada: se trata de un muro de piedra, de poco más de un metro de altura, sobre él asoma un tupido entramado vegetal que se alza hasta poco más de dos metros. Justo frente a mí, hay una puerta enorme de doble hoja. Parece que estuviera en la entrada de un palacio o una universidad antigua. En el arco de la entrada hay un cartel: CEIP Cuatro Caños – Escuela de Detectives.
Salgo de mi estupor cuando mi madre tira de mí y entramos por aquella puerta tan especial, más tratándose de un colegio, y entramos al patio. Decir patio es quedarse corto. Aquello es un bosque doméstico. El camino que me lleva al cuerpo principal del edificio está flanqueado de plantas tropicales: palmeras, cocoteros, ficus, aloes… Hay bancos que parecen arbustos, o tal vez sean arbustos que parecen bancos, diseminados por todo el lugar, y muchos estudiantes están sentados allí, esperando a que toque el timbre… No me lo puedo creer.
Y entonces veo el edificio… No hay una sola pared recta. Abundan las puertas circulares y las ventanas ovaladas. Sigo caminando y entro en el recibidor sin saber muy bien si aún sigo durmiendo, pero parece que no. Las paredes están llenas de trabajos realizados por los estudiantes: mapas repletos de pistas de investigaciones, manuales de detectives y algunas pantallas que dan indicaciones: Naturaleza Vegetal – Invernadero 1. Historia del Siglo XVII: Ministerio del Tiempo, Aula 2. Lengua Española Avanzada: Aula 5.
Finalmente, llegamos a la secretaría y nos recibe una mujer muy amable. Nos comenta que en este centro trabajan durante este año como una Escuela de Detectives, que en los otros dos colegios de la localidad están trabajando como una Escuela Aereo Espacial y como una Universidad del siglo XVII. Dicen que funcionan así desde que contruyeron las nuevas instalaciones y que están aplicando las nuevas normas educativas, con grupos deistribuidos por intereses y capacidades y que han dejado de trabajar por asignaturas. Que no existen los libros de texto, que la información está disponible en cualquier momento en los muchos terminales que hay en todas las dependencias del colegio y en los terminales que usan los alumnos, además de la bilioteca (digital y analógica) del centro…
No sé si he conseguido transmitir mi mensaje. Pero, tenemos que ser conscientes de que, el cambio educativo ha de empezar, literalmente, por sus cimientos. Los espacios, los edificios, los patios… La ESCUELA, con mayúscula, ha de cambiar tanto en mente como en cuerpo.
Un saludo.