No puedo expresar con palabras, a pesar de que son mi oficio, el sentimiento de orgullo, de incredulidad, de confusión… que experimento cada vez que observo las magníficas ilustraciones que representan a personajes que han salido de mi imaginación.
Es un privilegio, lo tengo muy claro pues, si ya empezaron a cobrar vida cuando las ideas que de ellos tenía se plasmaron en el primer relato, en la primera novela; ahora con las impresionantes ilustraciones que tengo de ellos se convierten en personajes reales.
Cuando pasa el tiempo, ¿en qué se diferencia un recuerdo real de uno ficticio? ¿Qué diferencia hay entre una persona que conociste de pasada y unos personajes que conoces al milímetro porque han salido de tu interior o están perfectamente definidos en un libro y que, además, tienen una imagen visual que te permite soñar con esos rasgos?
Cuando veo a Bastian, a Venus, a Yelian o Sarena —entre otros—, me doy cuenta de que forman parte de mí y que, de alguna manera, son tanto o más reales que muchas de las personas que me rodean. Porque, al fin y al cabo, y como ya he preguntado antes, ¿en qué se diferencia una vivencia real de una ficticia? En que uno sabe cuál fue la real y cuál no. Pero, ¿y si uno no quiere saberlo? ¿Y si por un momento juego a que…?
Gracias a Paco Palacios, David Agundo y Javier Charro por hacerme feliz.