Hace unos días dejé un pequeño mensaje en Facebook. No tenía ninguna segunda intención, sólo usar ese mensaje como válvula de escape; el estrés es a veces muy peligroso. «No sé si habré equivocado la profesión». Muchos de mis amigos contestaron aquel mensaje, dándome ánimos o, incluso, diciéndome lo buen maestro que soy, o lo mucho que estoy trabajando en el buen camino. No pretendía nada de eso, pero lo agradezco desde lo más profundo. Y es que, creo, la mayoría de ellos no entendió lo que quise decir.
Nunca dudé, no he dudado hasta la fecha, que ser maestro es mi profesión; nunca pretendí decir eso. Lo que quise expresar con este comentario, es que, tal vez, no tenga que aguantar ciertas cosas que todos los docentes aguantamos más de una vez en clase. Yo aguanto los gritos, el ruido, la falta de esfuerzo… es más, no los aguanto. Es parte de mi profesión, pero lo que me cuesta trabajo digerir son los insultos, las peleas, las intrigas… y, por desgracia, están cada vez más presentes en las clases. Ese era mi velado grito de socorro, mi queja, mi anhelo.
No es nada grave, no ahora, pero no puedo evitar pensar, que algo no hacemos bien cuando esto es tan habitual. Como siempre digo, no me hagáis mucho caso, no hablo yo, lo hace mi estrés.
Sigo en la brecha, pero este tipo de cosas hacen mi trabajo un poco más amargo.
Siempre divagando, siempre dándole al coco.
Pedro Camacho.